Festival Montreal

¿Hay realmente una decadencia de Montreal?

Estando en Canadá, me resulta muy interesante ver las comparaciones que se hacen entre las consecuencias de una hipotética independencia de Cataluña y Quebec y -sobre todo- asustar con el fantasma de que Barcelona puede seguir los pasos de la «decadente» Montreal.

Que el crecimiento de Montreal no ha sido el esperado a mediados del siglo pasado es evidente, pero eso ha llevado a un crecimiento más sostenido (llamadlo decrecimiento si lo preferís), una menor voracidad contra el patrimonio histórico, un urbanismo más civilizado y un estilo de vida más tranquilo, sencillo y agradable que los que se viven en la cercana Toronto, que ha asimilado su crecimiento económico de las últimas décadas arrasando el centro histórico -escaso y de valor casi irrelevante, todo sea dicho- en beneficio de edificios altísimos de fachadas acristaladas conocidos como «condominiums» o «condos» surgidos al amparo de la burbuja inmobiliaria y el auge del sector financiero.

Quien lee artículos como éste de Jesús Cacho en el siempre recomendable VozPopuli puede estar tentado a creer que Montreal es una ciudad a la deriva y sin rumbo, una especie de «Detroit á la Canadienne» que poco menos que vive relamiéndose las heridas de lo que esperaba haber sido y no fue.

Pero, tranquilos, que si pasáis por Canadá, Quebec y Montreal no se os van a caer encima a pedazos. En realidad, Montreal es una de las ciudades más agradables e inspiradoras de Norteamérica. Para mi gusto, la que mejor ha sabido combinar la esencia europea con la realidad norteamericana. La única metrópolis a la vez latina y europea de América del Norte. Y, urbanísticamente, una ciudad encantadora. Con un diseño urbano agradable, una red de transporte público eficaz, una arquitectura tradicional y unos espacios verdes envidiables. Una ciudad en la que- a diferencia de otras muchas ciudades norteamericanas- el centro está vivo también después del atardecer, joven, viva, animada, bohemia, detallista con la gastronomía y amante de los cafés, culturalmente muy activa y donde los estudiantes y las universidades tienen un papel fundamental. Y, le pese a quien le pese, más multicultural y bilingüe de facto desde hace siglos que puramente quebequesa.

Montreal Quebec

Centro histórico de la ciudad de Montreal.

A día de hoy, Montreal sólo tiene dos cosas que envidiarle a Barcelona: 20 grados y la playa (que no es poco). Por lo demás, son ciudades hermanas.

Unas previsiones mal hechas

El llamado «declive» de Montreal no es un hundimiento, sino la constatación de que los pronósticos que se hicieron para ella en sus momentos de mayor auge fueron erróneos. Ningún área metropolitana en declive gana un 50% de población en 50 años como lo ha hecho Montreal (de los 2,2 millones de personas de 1961 a los 3,8 millones de 2011), así como ningún área metropolitana en declive consigue mantener la sede de una institución internacional tan importante como la IATA. Simplemente, estalló una burbuja de expectactivas que había contribuido a que la población de la ciudad se multiplicara por 1,5 en los 30 años que van de 1941 a 1971.

En Montreal hubo una burbuja de grandeza. Y la burbuja estalló, como ha estallado en otros muchos sitios. Como en España, en Montreal hubo una exposición Universal en 1967; como en España, en Montreal hubo unos Juegos Olímpicos en 1976; como en España, en Montreal se construyó un aeropuerto mastodóntico que ahora está abandonado. Con independentistas quebequeses o sin ellos (memorable su particular granito de arena al boicot encubierto al aeropuerto de Mirabel), se hicieron gastos fastuosos basados en previsiones que no se cumplieron y que se han estado pagando hasta hace bien poco. Montreal sufrió una cura de humildad tremenda, pero no por ello ha dejado de ser una urbe de referencia en Canadá. Simplemente, ha cambiado su manera de evolucionar.

¿Por qué no se cumplieron aquellas perspectivas sobre Montreal que había puestas en la segunda mitad del siglo pasado? Es muy fácil achacarlo al nacionalismo quebequés y quizá tengan también su parte de culpa, pero parece injusto achacar el cambio de ciclo únicamente a este factor.

Los tiempos cambiaron, los centros de poder también

El «declive» de Montreal hay que mirarlo como unas expectactivas no cumplidas. Por tanto, la primera opción es el simple error de cálculo. Simplemente, mantener el mismo crecimiento de los 50 y 60 era insostenible en el contexto de los años posteriores.

En esa época, también, llega el proceso de descolonización y Francia y la francofonía pierden poder en el mundo. Un balance de poder que va a parar a Estados Unidos y sus aliados más cercanos. Nueva York se va convirtiendo en la capital del mundo y la costa este de Estados Unidos cede importancia en determinados ámbitos a ciudades del interior y del Pacífico. Son tiempos en los que la actividad industrial del hoy llamado Rust Belt está en auge. Detroit brilla como la capital mundial del automóvil y Nueva York es la referencia económica mundial. A Montreal le pilla a desmano. Toronto es una opción geográfica inmejorable en Canadá para conectar con estas nuevas metrópolis de referencia. Bien comunicado con Nueva York y bien comunicado con Detroit… y Chicago.

A ello hay que sumar la importancia que cada vez iban adquiriendo las ciudades del oeste de Canadá. Hay que tener en cuenta que Vancouver, en la costa del Pacífico, sólo se incorporó a Canadá como ciudad en 1886 y Calgary en 1894. Ambas son anglófonas y a mediados del siglo pasado estaban aún muy lejos de su pujanza actual.

Aunque parezca mentira, también pequeños detalles legales y tecnológicos cambian las expectactivas de la ciudad. En nuestro artículo sobre el aeropuerto de Montreal Mirabel hablábamos de la pujanza de Montreal como hub de conexiones aéreas entre América del Norte y Europa. En ello influyeron dos condicionantes, uno político y otro tecnológico. El político fue la obligatoriedad de que todos los vuelos a Canadá procedentes de Europa tuvieran una primera escala en Montreal. El tecnológico era tan simple como que la autonomía de combustible de los aviones de la época no facilitaba llegar más lejos y hacía que la ciudad fuera el punto de escala de la gran mayoría de vuelos con destino a América del Norte tuviera que estar situada lo más al oeste posible. En cuanto ambos aspectos se resolvieron, Toronto se convirtió en el hub más eficiente para volar a América del Norte por Canadá.

Montreal

Vista de Montreal desde el Mont Royal

También las propias peculiaridades de la ciudad de Montreal acabaron condenándola. Es una ciudad gélida en invierno, con un clima mucho más desagradable que el de Toronto y con un centro y una estructura urbana histórica que había que respetar, a diferencia de un centro de Toronto donde se podía destruir a gusto para construir un Downtown financiero al más puro estilo norteamericano.

Así fue como Montreal se quedó a las puertas de ser una metrópolis norteamericana y se convirtió en una ciudad mediana y agradable de ese Quebec del que tan poco se sabe en Europa.

Si alguien se siente preocupado de verdad porque Barcelona pueda convertirse en Montreal, que se lo tome con calma. Aunque así fuera, le iría bien.

Por qué Montreal y nacionalismo son contradictorios

Pero hay que repartir palos por igual. La riqueza de Montreal no vino de su identidad quebequesa. Montreal es, desde hace siglos, una ciudad que francófonos y anglófonos han compartido en una convivencia ejemplar. Con calles y barrios donde el inglés era el idioma predominante y otros donde ha dominado siempre el francés, separados históricamente por el Boulevard Saint Laurent. En la propia bandera de Montreal, la Flor de Lis quebequesa comparte protagonismo con la Rosa de Lancaster (por Inglaterra y Gales), el trébol (por Irlanda) y el cardo (por Escocia). El éxito histórico de Montreal vino de su diversidad de lenguas y orígenes y no por ningún movimiento identitario en una ciudad en la que más del 30 por ciento de su población tiene también un origen étnico distinto al canadiense.

El francés es el idioma predominante en la ciudad a día de hoy y la presencia del inglés está notablemente relegada en lo que es la ciudad. Sin embargo, cualquiera puede hacer una vida cotidiana en la ciudad en cualquiera de los dos idiomas (otra cosa es trabajar, para lo que te pedirán los dos).

Cuesta pensar en lo que nos cuesta a los españoles aprender inglés y francés, como para que algunos políticos consideren que una ciudad que tiene el privilegio de poder convivir con varios idiomas con el enriquecimiento que ello supone tenga que renunciar a él por ser más quebequés que nadie.

Por cierto, Montreal no es la capital de Quebec, aunque sea la urbe más poblada y la más importante. La capital es la pequeña ciudad de Quebec, irrelevante desde el punto de vista de la economía canadiense.

Toronto, la supuesta beneficiada

En Toronto es imposible sentirse extranjero. La leyenda urbana -que siempre fui demasiado perezoso para comprobar en las estadísticas oficiales- dice que más de la mitad de la población ha nacido no ya fuera de la ciudad o la provincia de Ontario, sino fuera del país. Como madrileño auténtico -nacido en la capital, hijo de inmigrantes, de aquellos para los que el concepto «mi pueblo» era una infidelidad consentida por mi propia ciudad-, debía sentirme como en casa.

A Toronto se la presenta como la principal beneficiada del «declive» de Montreal, pero quien lo hace por motivos políticos comete el error de tomarla como una ciudad de identidad anglófona, cuando en realidad Toronto es la ciudad más multicultural del Mundo. Toronto no surgió de la nada. Como otras ciudades de esta zona de Ontario -en las proximidades tenemos un London, un Hamilton, un Kingston y un Windsor-, nació con el nombre británico de York y evolucionó hasta este término de origen indígena que significa aproximadamente «punto de encuentro«. La definición no está lejos de lo que hoy es Toronto: un punto de encuentro etnográfico para naciones de todo el mundo y, geográficamente, un punto medio entre el oeste y el este de Canadá y entre Canadá y el resto de Norteamérica. Lo que la geografía le ha dado a Toronto no lo puede tener Quebec, por mucho que pese en esta región.

Emigrar a Canadá

King Street, una de las principales calles del Financial District de Toronto.

La economía de Toronto despega brutalmente por su elección como centro financiero y de servicios. Geográficamente, es un lugar estratégico: Estados Unidos está a pocos kilómetros en coche. Buffalo -estado de Nueva York- a menos de dos horas. La propia ciudad de Nueva York está a menos de diez. Detroit, capital de automóvil, a sólo cuatro horas y, desde allí, el camino a Chicago no se hace largo. Para quien vuele al oeste de Estados Unidos, Toronto no le queda a desmano. Y, para quien atraviese Canadá desde las Marítimas hasta British Columbia, Toronto se acerca más a la mitad de camino que una Montreal arrinconada al este del país. Vancouver crece empujada por el capital asiático y Alberta bulle de dinero con el petróleo.

El enorme crecimiento del Oeste de Canadá es el gran proceso que se ignora cuando se habla de la decadencia de Montreal y el auge de Toronto. En 1950, Calgary contaba sólo con 50 años de vida y los primeros asentamientos en lo que hoy es Vancouver no habían cumplido los 100 años. Las provincias del oeste de Canadá son, precisamente, las más ricas en recursos naturales: el trigo de las Praderas, la minería y -en los últimos años- el petróleo de Alberta. Son provincias totalmente anglófonas que ganan población e importancia económica a pasos agigantados y que prefieren estar financieramente más vinculadas a una ciudad anglófona y mejor comunicada con ellas, como Toronto.

La multiculturalidad de Toronto que algunos prefieren callar

Pero Toronto no es nada sin las personas que la hacen posible. Inmigrantes de decenas de países hacen suyos sus barrios. Chinos, portugueses, italianos, coreanos, paquistaníes, griegos, bengalíes, polacos y ucranianos hicieron- cada uno en su momento- de esta ciudad la suya y de su propio crecimiento el esplendor de este punto de encuentro en el que todo creció tan rápido y en un país tan limitado en lo que se refiere al recurso humano que había que tirar de lo que hubiera para seguir creciendo.

Toronto crece con unos y con otros y no revienta. Es el gran ejemplo para la inmigración mundial. La capital mundial de la multiculturalidad. Donde quien ha venido ordenadamente, aporta al conjunto. Es imposible que no haya sido así. Pero aquí ha funcionado. En Toronto, los que llegaban de fuera han sostenido el crecimiento financiero de la ciudad y se han convertido, en sí mismos, en un motor para el crecimiento económico desafiando cualquier mal augurio. Por supuesto, la multiculturalidad sale cara y Toronto paga el precio social por ello, pero de alguna manera ha conseguido que quien llegue acepte el contrato no verbal que le impone esta ciudad. El contrato social que permite que los muebles de tu jardín puedan estar en el jardín frente a la puerta de tu casa en la mayor parte de los barrios de la ciudad sin que tengas miedo de que nadie te los robe.

St. Patrick's Parade Toronto

Desfile de San Patricio en Toronto. La comunidad de ascendencia irlandesa es una de las más numerosas de la ciudad.

Es el gran logro de Toronto: la integración. La inmigración aporta crecimiento siempre que llegue a una ciudad para apoyar un desarrollo sostenible y a largo plazo. Cuando nace una industria financiera que domina la ciudad, pero que necesita de miles de personas para que todo a su alrededor funcione. La inmigración controlada y para aportar a una economía de crecimiento sostenible ha creado una capa de ciudadanos de Toronto orgullosos de serlo y cumplidores hasta el extremo del contrato social impuesto moralmente, independientemente de su procedencia étnica. Inmigración controlada hasta límites tremendamente estrictos. Los inmigrantes llegan sólo cuando hacen falta y en el número que es necesario. Los demás, viven bajo el riesgo permanente de la deportación.

Toronto es una victoria para los que creen que todos pueden aportar a Canadá independientemente de cual sea su país de origen. Y eso que la multiculturalidad sale administrativamente muy cara. Extremadamente cara. Por eso resulta especialmente paradójico poner a Toronto como ejemplo de cualquier superioridad anglófona (al igual que resulta poner como ejemplo de nacionalismo francófono a una ciudad donde la población de origen étnico blanco europeo no alcanza el 70%)

Toronto ha crecido en las últimas décadas hasta niveles insospechados. Hablar de Montreal en una ciudad que se identifica a sí misma tanto con los Estados Unidos como con el resto de Canadá es una pura anécdota. Toronto crece porque el Oeste de Canadá crece, porque su situación geográfica le beneficia y porque en ella se gestiona el dinero pensando en si un servicio es sostenible y no si queda bien.

Crecimiento sostenible y buena gestión

La frase favorita de todas las comunidades de Toronto es: «I hate the TTC». El TTC es el servicio de transporte público de Toronto. Consta de dos líneas de metro ridículas para las dimensiones de la ciudad y una serie de tranvías y autobuses que lo complementan. En España, algunos de los muchos aficionados a la asepsia y el mobiliario urbano de diseño, no dudarían en calificarlo de sucio, antiguo o -alguno demasiado entusiasmado- tercermundista». Los más de 250 tranvías que circulan por sus calles fueron construidos en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado y sólo ahora se están empezando a adaptar las vías para renovarlos en los próximos dos años. Cada gasto en infraestructuras y transportes se mira con lupa y la rentabilidad y sostenibilidad de los proyectos a largo plazo es uno de los grandes puntos que se tienen en cuenta.

La red ferroviaria de pasajeros en Canadá es limitadísima, pero la de mercancías es importante y está plenamente operativa. El trayecto Toronto/Ottawa/Montreal dura cerca de cinco horas de viaje. No hay AVE, ni nada que se le parezca en el corredor Windsor/Quebec City, que incluye este trayecto.

Quizá tenga que ver la pésima planificación de algunas infraestructuras en la Montreal de los años 70 -con el aeropuerto de Mirabel y el Estadio Olímpico a la cabeza-, pero aquí se analiza el presupuesto de las infraestructuras hasta el último detalle y los ciudadanos y los políticos son los primeros que critican las inversiones sin retorno o demasiado caras. Más de un proyecto y más de dos de los muchos que se manejan en la ciudad quedarán en un cajón por resultar costosos. Y a nadie se le caerá la cara de vergüenza por ello.

La burbuja inmobiliaria canadiense que viene del oeste

Toronto sigue viviendo buenos tiempos. Ya no es el centro del boom económico de Canadá, que se ha desplazado a Alberta con la industria del petróleo y las arenas asfálticas, pero sigue siendo la capital financiera de un país con una buena salud económica. Y es que, por mucho que digan de la economía financiera, no hay como disponer de recursos naturales en abundancia para poder capear mejor el temporal.

Por tanto, a Toronto le han llegado también las tentaciones de la nueva burbuja inmobiliaria que llega desde el oeste. Sin llegar a los extremos de Vancouver –ciudad tan fascinante como cara– o una clasutrofóbica Calgary donde corre alegremente el dinero del petróleo, cualquier solar o edificio más o menos antiguo de la zona central de la ciudad es presa fácil para unas compañías inmobiliarias que se han lanzado a construir un tipo de minirascacielo residencial de formato estándar: el condominium o -simplemente- condo. Son edificios de apartamentos altos y de fachada acristalada, con espacios normalmente reducidos y pensados, sobre todo, para los profesionales jóvenes sin familia.

Broadview Park - Skyline Toronto

Skyline de Toronto desde Broadview Park

Sin embargo, la realidad muestra que en muchos de ellos no se ha llegado a su total ocupación. Muchos de estos pisos modernos están siendo comprados por inversores asiáticos con el mero fin de especular -sin llegar a los extremos de Vancouver (o Honkouver, como ya la llaman)-, retirando cualquier atisbo de vida de estas nuevas construcciones.

Las ventas de casas y apartamentos en la ciudad siguen imparables. Los carteles de venta, en algunos casos, duran pocos días en los jardines de las casas. Se empiezan a escuchar, incluso, algunos razonamientos similares a los que se hacía en la España de los tiempos de la burbuja: «compro una casa de tres plantas, me quedo con la principal, alquilo las otras dos y con lo que me saque pago la hipoteca».

Es cierto que los mecanismos de control funcionan mejor que en la irracional burbuja española. El banco tiene en cuenta tu historial de crédito y los condos se comercializan de una manera curiosa: se venden los derechos sobre plano a un precio menor del final, pero sólo se empieza a construir una vez que se ha conseguido alcanzar una cifra razonable de compradores.

Canadá puede soportar una burbuja inmobiliaria debido a sus recursos naturales. Si alguna vez la economía no funciona, siempre queda la posibilidad de olvidarse de los escrúpulos medioambientales y sacar más petróleo o construir oleoductos donde hoy le cuesta aprobarlos a los parlamentos provinciales.

El éxito de los condos en Toronto no se ha trasladado a Montreal. Sería una auténtica pena en una ciudad arquitectónicamente tan especial. Ese «declive» del que se habla ha salvado a la ciudad de una burbuja que no sólo no ve inflarse sus más que razonables precios inmobiliarios, sino que también ha impedido que la ciudad haya perdido parte de su esencia urbana. Se alega que ese declive ha impedido el aumento de los precios de las propiedades inmobiliarias y ha reducido la riqueza de la población. Pero lo cierto es que, en realidad, que los precios inmobiliarios hayan crecido menos que en otras ciudades canadienses facilita enormemente el acceso a la vivienda y una menor presión sobre la planificación urbana.

Casas Montreal

Una casa típica de un barrio residencial de Montreal.

Si el argumento con más peso para alegar el declive de Montreal es el del precio de las casas, es que no hemos aprendido nada del desastre inmobiliario español. Se alega que el paro es más alto en Montreal, pero en octubre de 2013 la diferencia según los datos oficiales era únicamente de 0,5 puntos entre las áreas metropolitanas de ambas ciudades (un 7,9 de Toronto por un 8,4 de Montreal). El producto interior bruto por habitante también es más bajo, pero también lo es el coste de la vida; y la riqueza disponible es notablemente más baja debido a computar las propiedades inmobiliarias como parte de la riqueza familiar. Sin embargo, ya conocemos el riesgo de este modelo: en el momento en que la burbuja se hunde y las propiedades bajan de precio, esa riqueza se hunde con ellas.

Montreal no es una ciudad en decadencia. Es, simplemente, un modelo de vida diferente del que se ha impuesto en la Canadá anglófona en los últimos años y que está influido por el tremendo crecimiento económico del Oeste. Algunos lo rehuyen por poco rentable y a otros les resulta más humano. Pero no deja de ser una ciudad agradable, cómoda y- aunque algunos no lo crean- con una vida económica más que decente.

2 Responses to “¿Hay realmente una decadencia de Montreal?”

  1. «La única metrópolis a la vez latina y europea de América del Norte»

    Que pena me da saber que eres español y no sepas que tu país, en sus años de riqueza cuando era un imperio, conquisto una región de Norte América que actualmente se le conoce como México.

    Este país norteamericano cuenta con metrópolis y bastantes ciudades con tintes latinos y europeos.

  2. Pues yo fuí hace 3 años y estuve en la zona entre Montreal y Quebec y es cierto que es hermoso, pero a mí me tocaron malas experiencias con la gente y su «nacionalismo» québécois. Ni se les ocurra hablarles en Inglés porque es muy probable que los ignoren incluso los dependientes de las tiendas (Tim Horton PeJ). En General la discriminación hacia cualquier anglofono es palpable.

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